Parafraseando libremente a Adorno, el reflejo del espíritu de un pueblo puede hallarse en su arte. La literatura, nos brinda la oportunidad de comprender qué se pensaba en una época y trazar conexiones con la actualidad. En España, podría escribirse un tratado sobre la importancia del cerdo en la cultura y, particularmente, del jamón ibérico en la literatura.
Historia del jamón
Las primeras referencias al pernil salado las encontramos en la literatura romana del s. II a.C. Catón hablaba de la conservación del cerdo a través de la salazón y el secado. Sin embargo, no es hasta el siglo I d.C. que Estrabón nombra por primera vez el jamón ibérico. En muchos textos se hacía referencia a la calidad de las piernas saladas de los pueblos celtas peninsulares.
Durante la edad Media, es difícil encontrar textos originales que no tengan carácter religioso o bélico. Además, la mayor parte de la Península era territorio musulmán, cuya religión impide el consumo porcino. Incluso en estas circunstancias, el Arcipreste de Hita hace referencia a la importancia del jamón, una vez se fueron estableciendo dehesas en reinos cristianos.
Precisamente, esta coyuntura dio pie al uso posterior del jamón como arma peyorativa. En el siglo de Oro, cristianos como Quevedo ponían en duda la limpieza de sangre usando el cerdo como prueba. Góngora fue objeto de esta burla. Otros, como Cervantes o Fernando de Rojas, lo alaban en el Quijote y en la Celestina.
En el siglo XX, son muchos los autores que lo identifican como un bocado de buen gusto, como Rafael Alberti, Camilo José Cela o Manuel Vázquez Montalbán. Y, aunque frecuentemente ninguneados, cabe destacar su amplia presencia en el refranero popular. Siempre en buena relación con el vino.
Si la literatura es reflejo del espíritu de un pueblo, no cabe duda de que el jamón es un nexo valioso con nuestra cultura. El jamón es nuestra historia.
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